A la puta calle…

La suprema cualidad del liderazgo es de forma incuestionable la integridad. Sin ella, ningún éxito real es posible

 

-Dwight D. Eisenhower

 

Hoy es uno de esos días de puf. De puf de todo, del tiempo, del dinero, del silencio del móvil, de proyectos parados, de puf… de un puf que iría acompañado del algún improperio y que evito para no caer en la tentación, en el pecado o en la costumbre.

 

Entonces empiezo a pensar, ese mal gesto que tenemos cuando la cosa no ha amanecido como debía… a pensar en el pasado, en las comodidades, en la gentuza, en los malos jefes, en el abuso, en lo que callas, en el puf… en ese puf acompañado de un motón de improperios.

 

Cuando esto me ocurre, me dan ganas de tirar de leyes y buscar la forma de acabar con tanto corazón negro, entonces me freno y pienso en mi culpa… por haber elegido caminos empedrados… o por haber cambiado, exigido, deseado, buscado o silenciado… porque al final son nuestras decisiones las que marcan nuestro camino… aunque esto no siempre es así.

 

“Este es un mundo de mierda, y quien diga que me equivoco es que aún no ha encontrado en su camino al cabrón o cabrona que le haya jodido la vida. Sin embargo, por ahí andan, fastidiando el karma a la gente y acabando con el esfuerzo, dedicación y los buenos propósitos.

 

Siempre me he considerado alguien afable, pero de un tiempo a esta parte he pasado de la tristeza a la mala leche. A un entrecejo permanentemente arrugado y a un rol de amargada que empiezo a quitarme a golpe de teclado. Por que mira, pude perderlo todo, e incluso la sensación de libertad, pero lo que al parecer no ha desaparecido es mi facilidad para enfrentarme al teclado de manera clara y concisa cuando de revolucionar se trata. Estoy en una etapa de mi vida en la que si quiero mandar a alguien a tomar por culo, lo hago… siempre de manera elegante, eso así… intentando evitar improperios… al menos no todos los que desearía”

 

Me quedaba atentamente escuchando, a mí, que me gusta tratar a las personas con respeto aun cuando no lo han merecido… debatimos, sobre cómo llamar  a esta conversación que estábamos manteniendo café en mano, aunque a ninguna de las dos partes nos llegaba a entrar del todo, con el estomago cerrado.

 

“Lideres en pañales”, decía yo…

“A la puta calle” decía él. “No lo vendas de color rosa, la expresión es clara, cuando ya te han desgastado, sales, sin más aplauso que el ruido que hace una buena patada en el culo. Y esto llévalo a todos los niveles de tu vida, en todos los aspectos, a las amistades (esos amigos chicle que cuando el sabor se acaba simplemente escupen), al amor «condicional», que cuando pasan dos meses ya ha olvidado si merecía la pena luchar… y así… suma o resta y continua, porque nadie vendrá a decirte que las cosas serán distintas”

 

Era un día puf, de esos es en los que sin querer proyectas demasiada energía de la mala y te llueven las malas noticias, no importantes, pero si molestas como un grano ligero en el mismísimo culo.

 

Cuando esto ocurre se produce unos acontecimientos en cadena hasta llegar a ese bloqueo en el que lo único que te apetece es meterte en la cama, entrar en coma durante un par de años y pensar mil maneras distintas de suicidarte, sin que duela… es injusto pensar así, me decía a mi misma mientras nos mirábamos pendientes del siguiente asalto… hay personas sin oportunidades. Cada uno tiene su historia, no es ni más ni menos importotes, es una historia y una lucha… esas batallaras a las que cada uno se enfrenta a diario.

 

Y aunque «lideres en pañales» me parecía más adecuado, teniendo en cuenta el significado que para mí tenía aquella expresión, lo cierto es que se podría resumir en un “a la puta calle, porque ya no me sirves”

 

Un día leí que un buen líder tenía que ser tan bueno contratando al personal, eligiéndolo y buscándole el espacio más acorde a sus capacidades, como despidiendo. Lo reflexionaba mientras escuchaba la cantidad de tacos que aquella persona soltaba por su boca intentando descargar la ira de todo lo que había acumulado en sus espaldas. “No es líder el que dirige o emprende un negocio, una familia o un proyecto de vida… es líder quien sabe cuidarlo, mantenerlo y finalizarlo de acuerdo a unos valores que son innatos, pues poco puedes enseñar a alguien que lo ha tomado como una seña de identidad”

 

Existen las malas persona, me decía… las trepadoras, las rencorosas, la tóxicas… y fíjate que van disfrazadas de civilizadas, cuando un perro es más fiel de lo que ellas serían nunca.

 

Hacía años que no me enfrentaba a reflexionar de una manera tan clara, sin filtros ni matices, poniendo cada nombre a las cosas sin buscar sinónimos que endulzara el significado.

 

Un antiguo jefe solía disfrutar de los enfrentamientos entre los trabajadores, esa competencia de la mala que termina por generar una energía tan devastadora como asquerosa. Lo argumentaba diciendo que de esta manera era mucho más productivos, luchando por el reconocimiento del “ojo que todo lo ve” (es decir, él)… y así aparecían en escena protagonistas importantes como: el chivato, esperando impaciente el fallo del objetivo; el oportunista, ese que espera la debilidad para quedarse con el puesto; el mentiroso, que enmascara la realidad para beneficiarse; el perro de caza…este es el más importante, pues es la mano derecha del jefe y la persona que en muchos momentos ocupa todos los demás roles y, por supuesto, los cobardes, el resto del personal que se queda de espectador y calla, caiga quien caiga. Y esto solo ocurre ante esos lideres en pañales, los que nunca van a dar la cara para el trabajo sucio, porque ya tiene al corazón podrido y sin escrúpulos para hacerlo. En los momentos de tensión, desaparece y da las órdenes vía correo o mensaje, con la distancia justa para no tener que mirar a la cara a la victima.

 

Aquella conversación estaba poniendo encima de la mesa historias que, por algún motivo, seguían tan presentes como las lluvias de las últimas semanas… Recordar es un ejercicio necesario para tomar conciencia y aprender pequeños detalles de cómo enfrentarte a próximos acontecimientos, aunque como decía mi padre, necesitaríamos mil vidas y aún así, siempre quedaría algo que habríamos necesitado saber para no equivocarnos.

 

Tenía que desalojar el despacho, recoger todo lo acumulado demasiados años como para que entraran en una de esas cajas de las películas, incluida la dignidad. Me enseñaron a pedir de manera educada y a esperar a que el oyente recibiera el mensaje con el corazón suficiente como para ponerse en mi lugar. Era un día duro, uno más de los que se habían sucedido en los últimos tiempos. En la mesa de reuniones que decoraba en ese ultimo año aquella habitación, estaban cinco personas planificando el trabajo de los próximos meses. Aquellos metros cuadrados no daban para que la movilidad fuera discreta y mi presencia, recogiendo casi una vida, no iba a pasar desapercibida. Al entrar, el corazón casi no se permitía el lujo de palpitar, contraído y escondido, seguramente más pequeño, me pareció menguar en tan solo unos segundos. En unas bolsas de basura empecé a meter pequeños detalles que me habían acompañado durante muchos años y que ya casi formaban parte de aquellas paredes. Mientras lo hacía no paraba de pedir que salieran, que por un segundo alguien pensara en lo incómodo de la situación, que respetaran ese momento de duelo y la intimidad de enfrentarme a recuerdos de los que me costaba desprenderme. La reunión continuaba como si ni tan si quiera estuviera presente y a la hora ya sabía que no podría hacerlo en la soledad que me hubiese gustado. Tirada en el suelo, abriendo cajas para buscar mis documentos, pensé en que aquellas personas habían formado parte de mi vida el tiempo suficiente como para permitir un par de horas de respeto. Increíble que nadie se inmutara, sorprende la naturaleza humana acompañada de roles empobrecidos por las personas que lo desempeñan. Un buen jefe, le diría ahora a la persona que lideraba aquella reunión, debe de cumplir unos requisitos mínimos encabezados por una humanidad desbordante.

 

“Bonita lámpara, podrías regalármela” me dijo una de ellas, mientras salía por la puerta… Deseé lanzarla al aire y esperar a que, con suerte, hiciera un efecto dominó cayendo en todas y cada una de sus cabezas… agaché la mía, sonreí y salí de allí sin mirar para atrás, con la seguridad de que el destino me había regalado la oportunidad de no formar parte de un nido de personas de difícil definición.

 

Líder: aquella persona que emociona, que motiva. Empática, comunicadora. Enérgica y con la capacidad de transmitir ilusión. Humilde…

 

Es una definición muy personal, le comentaba, mientras la imagen de soberbia y la inhumanidad que respiré aquel día me bombardeaban. Decidí dejar de lado la descripción de aquellos hechos pues estoy aprendiendo a dejar paso solo y exclusivamente a pensamientos positivos para realzar mi autoestima y poder dejarme la energía en los proyectos que recientemente había emprendido.

 

 

“Las marcas que triunfan tienen nombre de persona, no tienen un logo”

 

Leí esta frase en algún lado, provenía de una joven que lo había dejado todo para comenzar una nueva andadura en un proyecto en el que sitiera que la base del trabajo era el corazón.

 

Somos emociones, cómo dejarlas de lado… mucho más en determinados puesto donde nuestra función principal es enseñarlas…Sin embargo, había vivido situaciones en las que trabajadores en puestos de responsabilidad alardeaban de no tenerlas, presumían de insensibles y se enfrentaban al compañero de un escalón inferior con la seguridad de un disfraz a medio hacer, evitando cualquier atisbo de amistad.

 

Mi sentido de la responsabilidad estaba muy alejado de aquella forma de gestión. Ni mejor ni peor, le dije… sencillamente diferente. Lo que sí tenía claro, tras un periodo de duelo, es que había mundos que no me pertenecía.

 

A veces tengo la sensación de no haber vivido esa etapa de mi vida, haber estado liderada por alguien incapaz de enfrentarse a mi despido era algo que me constaba asumir… qué menos, decíamos entre risas, que buscar un hueco en tu agenda de mierda.

 

Quizás por eso “a la puta calle” era el titulo perfecto para aquella conversación, las palabras justas con la bajeza medida al detalle para un acontecimiento organizado de aquella manera.

 

A estas alturas ya buscaba la parte graciosa de la historia, ridiculizando a cada una de las personas que habían sido incapaces de pararse a reflexionar por un segundo cómo y de qué manera se actúa en un mundo en el que la mayor competencia no es el color de las paredes, sino la humanidad con el que las hayas pintado.

 

Están en quiebra de sentimientos… acabados en un mundo en el que las malas personas comienzan a asquear y las buenas están en auge, pues son una especie en extinción.

 

¿Y ahora qué haces? Me pregunta con una ceja levantada sin tener muy claro a qué estaba dedicando mi tiempo en los últimos meses…

 

Apostar por mí. Le contesté sin pensar…

 

Cerré el libro… aquella historia no había hecho más que empezar, solo tenía que esperar a que las cosas sucedieran…

3 Comments

  • Belén dice:

    Hola Gemma, aunque sé quien eres y tú sabes quien soy, no tengo el placer de conocerte más allá de Gemma Pérez la que fué directora de un centro escolar, con la que coincidí en algunos networking y con la que no llegué a conectar del todo…
    Me animo a escribir en tu blog porque después de leer este artículo puedo entender (y compartir) bastante bien todo lo que bulle en tu interior. Adivino el cabreo, la frustración,la impotencia, la indignación, el pataleo y el «me cago en todo» que sientes, unos días más que otros. No se exactamente como y por qué ya no estás donde estabas pero no hay que ser Einstein para imaginar por donde van los tiros…y tú te preguntarás a santo de qué escribo en tu blog…pues bien, hace ahora 5 años que pasé por una experiencia que fue más allá de lo puramente profesional porque para mi, mi empresa, era también mi familia. Me podría extender y estar escribiendo aquí hasta mañana pero no viene al caso y aburriría hasta las marsopas, además es remover sentimientos que aunque ya sé que estarán siempre conmigo, cada vez duelen menos. A mi no me despidió nadie, fuí yo la que tuvo que tomar la decisión de cerrar una empresa con mas de 35 años de trayectoria y despedir a más de 20 magníficos profesionales, la mayoría padres de familia (éramos sólo dos mujeres en la empresa). En mi caso fué el sistema – de mierda – que tenemos. Fue el poder del grande frente al pequeño, fué la falta de justicia para quien no tiene padrino, fué la corrupción, fué la victoria del que roba, defrauda, miente, explota y te pisa la «cola» mientras ésta se mueva frente al trabajador, profesional, honrado e íntegro. Así fue como aprendí que no existe la ética profesional, que Ley no es igual a Justicia y que ésta se aplica según interese y a quien interese. Fueron los meses más duros de mi vida, era un tomar continuo de decisiones a pesar de lo dolorosas que fueran, reuniones interminables con la Administración y abogados, con mi plantilla, con mis clientes, con mis proveedores. Créeme que no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Lo perdí todo. Cuando pasó la tormenta y llegó la calma fué cuando me vine abajo, toqué fondo y se apoderaron de mí sentimientos que no me gustan y que no van nada conmigo. De cada cinco palabras que decía, dos eran tacos, estaba cabreada con el mundo, me volví antisistema, despotricaba cada vez que tenía oportunidad. Tuve que hacer un gran esfuerzo por desconectar y resetearme. Dejé de ver telediarios, leer prensa, desconecté totalmente del sector de la construcción que era donde me había desenvuelto como pez en el agua durante muchos años..me aislé de ese mundo y de todo lo que tenía que ver con el sistema.No hice la maleta y me fuí a vivir al Himalaya porque mi pareja (ahora mi marido) me ayudó enormemente. Yo no tengo hijos en los que volcarme o de donde sacar esa energía que todas las que sois madre tenéis, pero mi chico fue un campeón que supo aguantarme y darme el espacio que necesitaba.
    Ahora miró hacia atrás y aunque sigo sintiendo un pequeño pellizco en mi estómago, ya no es como antes, ya no siento esa rabia y esa impotencia que sentía antes.
    Has escrito muy buen artículo y estoy de acuerdo en todo lo que dices de principio a fin. Hay mucho «hijo puta» suelto y sobre todo hay muchos intereses encubiertos. La vida sigue, la rueda no se para, ni por ti ni por nadie, y también es muy larga y a mi me gusta pensar que al final, pone a cada uno en su sitio.

    Enhorabuena por tu post y aunque seguirás teniendo días puf no dejes que la rabia te consuma porque «mierdas» te vas a encontrar muchas en el camino y ahora quizás, sepas saltarlas mejor.

  • Alejandro dice:

    Ahh, los recuerdos de cuando tú y yo hablamos de nuestras cosas como si en el mundo no hubiera nada excepto una oficina y un escritorio, con solo nosotros en el. La verdad es que esto me hace pensar en cómo muchas personas harían lo mismo, desobedecer a todas las reglas y desacerse de lo que tú encuentres mal, ignorando cualquier consecuencia o repercusión que pueda causar. Yo también tomaría un día para empezar a arreglar el mundo como si fueramos la persona más poderosa del mundo, haciendo lo que uno quiera. Pero la vida es la vida, y la vida tiene sus reglas. Los gobiernos, la corrupción, el terrorismo y el fraude aún son cosas que nos pongan paranoicos, sea una multa que no puedes pagar, o un robo al banco en el que confiabas que mantendria tu dinero seguro. Pero esos momentos… Esos momentos en los que si que puedes resistir y hacer un cambio, esos momentos donde tú eres el héroe y puedes castigar al malo, esos momentos cuando llega el momento de usar ese truco que tenías preparado para darle la vuelta a la tortilla. Por eso la vida es fascinante. Gracias por recordarme que no siempre estamos atrapados en una rutina, que nos tiene controlados. Gracias por recordarme la felicidad de esos momentos donde nada existía excepto esa oficina, ese escritorio y esas dos personas hablando de de sus sueños y esperanzas para el futuro. Sinceramente Alejandro R.D

    • Gemma Pérez dice:

      Hay mi pequeño/ gran Alejandro. Fuiste, sin duda, unos de los motivos importantes junto a mis peques para aguantar un poquito más. Cada día recuerdo esos encuentros y lo mucho que aprendía en ellos. A veces me encuentro con una pizca de tristeza por no haberlos buscado más, especialmente en mi último año. Quizás me invadía el miedo, ese que ahora tengo abandonado porque he comprendido que, aunque necesario, me evita hacer las cosas al ritmo de este corazón que a veces es raro y distinto, pero que me hace ser la persona que soy. Y es que es tan importante quererse para comprender que cada gesto y acción que realices puede cambiar las cosas… Me he llevado lo mejor de ese sitio, a ti y contigo todos los momentos en los que quisimos cambiar el mundo. ¿Y sabes qué?… que lo haremos… te quiero mucho y eres un faro en mi vida, dando sentido a muchos años que en algún momento creí desperdiciados. Pero ahí estás tú. Tenía que estar allí, para encontrarte… suerte la mía.

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