¡Eh, tú!… estoy aquí

“Todos tenemos dentro una reserva de fuerza que emerge cuando la vida nos pone a prueba”

Isabel Allende

 

Alguien (que me estima) me dijo un día que quizás exponía mis vivencias como si de un diario público se tratara… “No sé, escribo así, siempre lo he hecho”, contesté justificando. Aún así, durante unos días, medité sobre aquella conversación y llegué a la misma conclusión con la que mi corazón hace que fluyan las palabras… escribo como siento, no pienso cuál será el párrafo siguiente, me dejo llevar por emociones que, en algún momento, algo o alguien ha despertado y, al exponerlo, pienso que (quién sabe) tal vez les sea de utilidad cuando, al leerme, de pronto alguien se sienta identificado. “Funciono un poco así” suelo decir, llevando mi vida a debate para, a través de mis momentos, mis caídas, mis errores o miedos, encuentre el camino correcto al siguiente paso. Así me enfrentaba a las aulas, así lo hago con mis hijos… qué me ha faltado, qué me habría ayudado saber, sobre este juego de cartas, para (al menos) intentar ganar la partida.

 

Y hace unos días, cuando al preguntarme, reiteraba el bloqueo que no me ha permitido retomar este hábito que uso solo a modo de terapia, revolución personal, critica o (cuidado) esa denuncia que nunca llegué a poner, me dijo: ¿Ahora? ¿Y eso? ¿Para quién trabajas? ¿Quién te dirige? ¿A quién representas?… no esperaba mi respuesta que (ambas) dábamos por obvia… para nadie.

 

Y sí, lo cierto que es que solo escribo sobre lo que he vivido, lo que leo o me han contado… no sé de ficciones ni novelas (aunque me encantaría) y lo hago de manera torpe y, a ratos (es una costumbre aprendida de la que debo desprenderme), contenida… Aún así, vayamos a ello, esta vez lo voy a intentar, porque… ¡eh, tú!… estoy aquí.

 

Mis pantalones estaban llenos de pintura, es posible que el maquillaje (tras un día entero) me hubiese abandonado… al llegar a casa, Lucas no se encontraba bien y, sin pensarlo, lo monté en el coche y me fui a urgencias. Mientras esperaba a que el funcionario cogiera mi tarjeta, miraba a ese niño con un chándal lleno de manchas de todo el día en casa, me observaba a mí misma y pensé en que habría estado bien atrasar la visita al médico, lo justo para acicalarnos un poco. Pero allí me encontraba… no me sentía especialmente incomoda, la verdad es que de un tiempo a esta parte mi fondo de armario se ha convertido en: camisetas manchadas de pintura y unas mallas que nunca pensé que serían una prenda especial de los lunes. La mujer que se encontraba delante nuestra comenzó a mirarnos, “buenas tardes” –  le dije… mientras su mirada se paraba en todos y cada uno de los lamparones blancos que estaban tatuados sobre el fondo negro… “buenas tardes” –  reiteré con una sonrisa…

 

Esa tarde me quedé pensativa, era la primera vez que descubría el poder que tiene nuestra imagen… qué nos hace fuertes y qué nos destruye en esta sociedad que, poco a poco y con mala fortuna, estamos construyendo. Donde cada vez ponemos más filtros a nuestras fotos, en la que la marca del coche te da la posición o la estructura familiar el equilibrio… y lo cierto es que he ido adoptando un papel de victima que no había practicado, pues he podido presumir de llevar una vida bonita, dentro de todo lo que el destino ha ido poniendo en mi camino. Empecé a echarme en cara que debía de haber visto más a menudo Gran Hermano, pues puede llegar a ser un buen ejemplo de cómo funcionamos las personas, que sonreímos de una manera forzada mientras estamos urdiendo un plan para destruirla y ganar el concurso. “Como la vida misma” –  me dije… qué torpe había sido en destinar mi tiempo a leer  y estudiar tantos documentos de educación, cuando debía de haber estado más atenta a  los programas que exponen a la naturaleza humana. Imagino que algunos nos salvamos y trabajamos esos valores que tanto repetimos en los textos y en nuestros discursos ante nuestros hijos y alumnos, pero hubo despistados… y es ahí donde debería de haber prestado más atención… Mientras tecleo me descubro con rencor… y fíjate, es algo que creo que nos mata… por lo que yo prefiero llamarlo “una exposición de hechos para buscar intenciones de mi propia reinserción”, esa que practico cada día para no dañar, aun cuando lo que me apetece simplemente es expresarle a esas personas que van disfrazadas por la vida, que es mucho mejor ser sincera y si eres un estiércol de persona… simplemente sé un estiércol…

 

Me habría gustado contarle a esa señora (ante la mirada del funcionario como público) que estaba tan sumamente cansada de los juicios, que me importaba muy poco lo que pensara. Pero, parecer una zumbada, no entra dentro de algo que me quiera permitir en estos momentos en lo que debo partir de cero y buscar mi espacio en esta comunidad en la que, imagino, debo creer. Así que, volví a sonreír y evite decirle que sus pantalones, aun de marca, eran realmente espeluznantes.

 

Esa noche retomé fotos que hacía tiempo ni tan si quiera podía ver y analicé todos y cada uno de los momentos que había vivido en estos últimos años. Era increíble como había cambiado mi vida. Lo cierto es que mis «cuarenta»  habían sido sonados… y sí, tomé decisiones y con ellas, como si de una fiesta de carnaval se tratara, mi imagen debió de cambiar ante la mirada de esos lobos con piel de cordero que suelen observar a sus presas durante mucho tiempo. En ese momento, en el que más débil me encontraba, con el  miedo y la tristeza que provoca fracasar en tu vida más personal, comenzaron a jugar a las damas …sin tan si quiera avisarme de que aquella partida comenzaba. Recuerdo un valiente que entró en la sala en la que me encontraba y me dijo… “despierta, algo se está moviendo y no puedes seguir así, muchos te necesitamos…” y ahí estaba, había empezado una batalla para la que ya estaba muerta. Y cada día, durante un año, podía ver como iban sucediendo cosas que, en mis 40 años de vida, jamás había sentido. Es sorprendente lo torpe que somos para vivir y que sigamos preocupándonos más en enseñar contenidos, que están a golpe de clic, cuando lo realmente importante es regalar herramientas para sobrevivir en este mundo competitivo.

Un día me senté en mi cama y por primera vez tuve miedo. Nadie me había enseñado esa cara de la vida. Yo, que presumía de hacer de cada sitio mi casa y de cada persona que iba conociendo mi familia.

 

Y es que no paramos de hablar de innovación y de cómo hemos avanzado… de ese mundo tecnológico espectacular que hemos creado para nuestros hijos, de esa agenda apretada de alto rendimiento que les preparamos para que, sin duda, sean los mejores, cuando lo cierto es que hemos llegado a un punto en el que solo sobreviven los malos… ¿y eso? ¿Cómo es posible?… encontré la respuesta… creamos la política del miedo… esa es la base para que las cosas funcionen para muchos, porque el miedo… bloquea. Entonces existe lo que yo llamo «lideres en pañales», esas personas que, en silencio y vestidas de la «abuelita de Caperucita», van creando un ambiente en el que, sin encontrar el motivo, las personas se acojonan, “mucho mejor cruzarse a este lado oscuro, que caer en una guerra que nada tienen que ver conmigo”. Se hace el silencio, comienzan los rumores y estás acabado. Porque lo único que puede hundirte en este mundo son las personas que te rodean y la muerte… Lideres en pañales, porque realmente no se enfrentan a sus actos… sino que mueven lo hilos a lo lejos, tal vez para creerse ajenos y dormir mejor…

 

Seguí reflexionando y pensé en mis hijos… ¿Cómo puedo hacerlo? ¿Cómo haré para que sepan vivir en esta carrera de fondo?… Les cuento, les hablo, comparto… y de esta manera sabrán que las cosas pasan… “Muévete con corazón, pero nunca tengas miedo”.

 

Creemos avanzar, pero lo cierto es que me sumo a los mayores que dicen, como si de una canción se tratara, “cualquiera tiempo pasado fue mejor”.

 

Veía «Las chicas del cable». Habían despedido a una de las tele operadoras de la telefónica, rumores y denuncias falsas la habían puesto a los pies de los caballos. Aquel edificio, increíblemente espectacular, se había convertido en una muestra de cariño mientras salía aquella chica por la puerta sin mirar para atrás e imagino que con vergüenza. Las compañeras, todas, salieron a mostrarle su apoyo. Ella había sido una más durante demasiado tiempo, necesitaban decirle que estaban a su lado.

Me venían recuerdos a la cabeza, casi diez años, pensé… siete al lado de las mismas personas, casi nueve horas diarias al día… Eran otros tiempos… Cuando, al día siguiente ,y debatiendo sobre lo injusto de lo que había ocurrido, aquellas mujeres dejaron sus puestos de trabajo… (Imagina en aquella época en la que el papel de la operadora era fundamental para mantener un país comunicado). Todas de pie ante sus puestos… no iban a permitir injusticias…

 

Eran otros tiempos… los que me gustarían para mis hijos, aquellos en los que lo importante eran las personas más allá de los objetivos…

 

 

Es curioso el efecto que produce el miedo en las personas, aun cuando es una emoción necesaria para la supervivencia (muy de los libros de psicología) lo cierto es que no recuerdo que me explicaran que, además, es una emoción que puede bloquearnos.

 

Durante muchos meses cogía mi teléfono con esa sensación de desprotección, la ansiedad de no saber cómo hacerlo para que las cosas no siguieran ocurriendo. Entonces comencé a callar y cada día un poco más… hasta prácticamente desaparecer.

 

Con mi manía de escribir sobre sentimientos y como terapia, hice un post: Bailar bajo la lluvia No pensé que fuera tan popular como para que cargos importantes (y muy ocupados) destinaran su tiempo en leerme. Pero no podía evitar, mientras miraba a esos chicos aprender absurdos contenidos, pensar en lo que era realmente importante… que supieran que existe el fracaso, el daño, las caídas, que deben levantarse, romperse y que era probable que al reiniciarse fueran otras personas, pero que se dieran su tiempo… encontraría otra vez mucho de lo que había sido en una versión mejorada.

Era domingo y había decidido salir a pasear por el campo… No podía seguir escribiendo puesto que podía ser interpretado. Leía aquel correo con sorpresa mientras pensaba que eso era lo que tenían los libros, que están abiertos a la interpretación, esa era mi intención, que cada persona, mientras se dejaba llevar por esas líneas, pudiera encontrar un impulso… y he necesitado mucho tiempo para perdonarme por caer en esa política del miedo… por dejar que la luz se fuera apagando hasta desaparecer.

 

Echo la vista atrás con nostalgia y con la seguridad de que hoy, tras un entrenamiento emocional, no habría permitido que invadieran un espacio que no les pertenecía. Y es que hay una diferencia entre culpable y responsabilidad. Era algo que nuca me había parado analizar y que, tras leerlo en algún lado, descubro que es tan cierto como que hoy soy otra persona. Hubo culpables (muchos) de los momentos que he vivido en esta etapa de mi vida. Culpables de tener que cambiar mi ritmo, de que mi cuenta bancaria esté a cero, de que haya cambiado mi orden de prioridades, de que ya no crea tanto en la gente y que la desconfianza camine conmigo de la mano. Culpables de mis pesadillas y de que mis recuerdos estén machados por el enfado… Pero la única responsable de haberlo permitido, y de que hoy me cueste un poco más pensar con claridad, soy yo. La única responsable de haberme silenciado, de no haber reaccionado y de mantener mis canas un tiempo más (“un mes más” me digo, factura tras factura) soy yo… porque hay algo que no nos podemos permitir:  dejar de luchar, de avanzar y de crecer. No podemos dejarnos a la suerte, no podemos esperar a que las cosas sucedan, no podemos no levantarnos por la mañana, no podemos no poder…

 

Una lección más de vida…

 

Y yo, que nunca me imaginé valiente, descubro que tal vez lo sea cuando, día tras día, perfilo un poco más la persona en la que me he convertido.

 

Me han quedado muchas cosas por hacer y sí, muchas que decir… pero si hay algo por lo que lucho cada día es por mantener una luz que enciendo, aun sin la cerilla adecuada…

 

Eh, tú…¿y sabes lo mejor?… que estoy aquí…

 

 

“He aprendido que en la vida hay pocas cosas que den tanta calma como ser honestos con nosotros mismos y fieles con los demás. Que vale más pedir perdón una, dos o diez veces que tratar de estar siempre en el lado «ganador». Que la autenticidad muchas veces nos traerá derrotas, pero siempre es más heroico que fingir día tras día, ponerle a una sonrisa a lo que no te importa y rodearte de unos triunfos que, en el fondo de tu corazón, sabes que no te pertenecen”  El universo de lo sencillo

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