«Hay genios sin estudios e idiotas con doctorados. La verdadera sabiduría no la otorga un título, sino lo que haces con lo que has aprendido a lo largo de tu vida y la manera en como tratas a los demás»
Pensamiento de Joseph Kapone.
Llevo unos días que echo de menos en extremo el ruido de los niños, ese justo cuando vas a empezar la clase, o los murmullos mientras se cuentan que han superado el nivel 3 del juego de moda, ese prohibido por la mitad de los padres y criticado por algún dinosaurio de los maestros. Debo admitir que a veces sentía su aburrimiento, pero no por el simple hecho de empatizar, sino porque yo misma me aburría viendo el mismo contenido con un cambio de color o formato. Por dios, solía pensar, que son niños capaces de superar los niveles como yo tender con los ojos cerrados. Sí, echo de menos aquellos días que yo decía que olían a lápiz en un sentido figurado que muy pocos llegaban a entender, mirándome un poco alucinados pensando que los que sacaban punta eran los matricula de honor de la clase, una especie en extinción en estos tiempos tecnológicos. Pero sí, lo echo de menos. Y son sentimientos enfrentados y encontrados, porque en realidad volver a la aulas es algo que no me planteo, tendré que volver a creer en esto de la educación… un proceso lento, mucho… ayer hablaba con un amigo, bueno, mi amigo, ese que puedes poner en mayúsculas porque define el sentido de una palabra tan poco en uso y en cambio tan sumamente desgastada.
-Está muy bien lo que haces, esa creatividad, en fin… pero ¿y volver a las aulas?… ¿no te animas…?
Fue una conversación entrecortada, entre la distancia, la cobertura, Lucas y lo mucho que teníamos por contarnos… no, no me animo… entonces me paré y una vez más reflexioné sobre lo que me motivaba a huir de una profesión que me parecía estar en unas vacaciones permanentes…un campamento de verano, solía definir mi trabajo…
En este momento no tengo muy claro qué de lo que voy a contar son reales o casos hipotéticos sacados un poco de la imaginación, percepción, interpretación (eso que se lleva tanto) de situaciones… no sé… lo dejo a vuestra decisión, yo simplemente tecleo, de esa manera descontrolada que llevo intrínseca y que tanto acojona…al final de todo se aprende, incluso de lo que nos regala la imaginación ( o los recuerdos).
Lo bueno de ser maestro es poder decidir, cerrar las puertas de tu aula y ser el genio de la varita que transforme aquello en un momento único, en el que hagas que aquellos “medios metros” que tienes delante disfruten aprendiendo y avanzando… Creo firmemente en que el problema está en el profesor, en su actitud desgastada por un protocolo administrativo y un olor a rancio que lo deja abatido entre las cuerdas… es, sin duda un problema de actitud para algunos, de frustración para otros y de un “me rindo” para un montoncito que se han dejado las fuerzas en el intento. Cuando además no eres el maestro que lleva las riendas, sino que te conviertes, de pronto, en un apoyo de otro director de orquesta, puedes llevarte un golpe terminal que acabe con tu carrera profesional. He visto muchos profesores buenos (etiquetados de malos por su personalidad caótica y seguramente por una innovación y una libertad mal entendida) salir por la puerta de atrás y, sin embargo, como institutrices de turno han mantenido su puesto año tras años, y aún siguen… da un poco de miedo. No sé si lo soñé, lo viví o me lo han contado. Aquella profesora, perfectamente vestida, seguramente sin tatuar y amante de una limpieza extrema en una aula de 3º de primaria (esto es todo un logro que merecería sin duda una subida salarial) estaba enseñando las unidades de medida. De manera muy creativa y preocupada, había traído un metro para cada niño… era fantástico ver aquella emoción en esa caras queriendo medir hasta la nariz del compañero (imagino, pues no recuerdo muy bien la fuente de esta historia, tendría que pararme y pensar, y esto es algo que directamente no pienso hacer). Emocionados, esperaban la orden para empezar la aventura. La profesora de apoyo, nueva en ese rol tras haber llevado sus propias clases y un gran número de niños de todas las edades… y posiciones, vio que el libro, de una editorial sabia, daba instrucciones de medir primero el folio, luego la mesa… y así empezó aquella profesora. Los alumnos, en un segundo, ya estaban levantándose midiendo lo que pillaban, habían aprendido y querían poner en práctica lo que el libro (leído por la seño) les había enseñado ese gran día de “las unidades de medida”.
– No, no, no- se oyó de pronto- sentados, todos sentados… seguimos las instrucciones del libro.
Y dicen la malas lenguas que ahí sigue, destrozando la creatividad de los niños… pero es buena maestra, cuenta la historia, no está tatuada ni nada, sigue el libro a raja tabla, y es muy limpia, de hecho no huele a lápiz en su clase.
No sé si me desperté sobresaltada, si le pedí al contador de historias que parase o salí corriendo de aquella clase, es como una pequeña nebulosa esta historia… pero me hizo reflexionar sobre algo… el selfie de la educación.
Realmente ¿cómo pensamos avanzar? ¿Qué es lo realmente importante?
Y es que la educación es como la vida misma, hay que extrapolar situaciones para entender cómo funciona determinado centro educativo. ¿Educación privada o pública? Se preguntan algunos padres. De pronto de encuentran eligiendo un centro educativo en el que al año ya desconfían. Para entonces ya es tarde, no quieren más cambios y van prorrogando su confianza, curso tras curso, mientras que el centro les mantiene gracias a un lavado de cara constante: de color, de logotipo, de uniforme, más fotografías de estudio… venga, un selfie, que estamos en la época del postureo. Y no importa cuanto cambien de profesorado, porque si no sigues posando en el lado adecuado, el reciclaje será el exterminio para muchos de los maestros que pasen por él. Yo los llamo centros publicitarios, con colores vivos y muertos en valores. Lo importante es sumar…
¿Centro público o privado?…
Claustro de profesores final de curso. Aquello es como el “Corazón, Corazón” con Igartiburu de turno que, hablando de manera sosegada, va dando paso a todos y cada uno de los niños. Sorprendentemente se van parando en aquellos que están en la media, aquellos que nos son extremadamente destacados, los que podríamos etiquetar de “normales”. Se detalla lo increíble que va, lo mucho que ha avanzado, lo bien que se trabaja con él. Una profesora (la despedirían por hippie o atrevida) centra su atención en una niña que acaba ese mismo curso su estancia en aquel resort de lujo.
- Me preocupa X…. (de pronto caras de puf)
- ¿X?… X está destinada a terminar sus días en Bershka…
Los espectadores, me cuentan, esperaban impacientes que la tutora (“ a la derecha del padre” como distan los mandamientos) se pronunciara, tal vez aportando que ya había tenido una tutoría con el padre para comentarle los dotes comerciales de su hija y que tendría un gran futuro en el mundo Inditex… estoy segura, sigue la historia, que la familia que había invertido unos 3000 euros en la educación de su hija (solo ese año), estaría encantada de oír el resultado de la evaluación del equipo… lo increíble, dicen las malas lenguas, es que se hizo el silencio y nadie levantó la voz para darle un cariz un poco más pedagógico al resultado de su evaluación…
Mientras me contaban la historia, pensaba, en qué sería de la reinserción en manos de aquel equipo que lideraba el claustro… también en los muchos médicos, arquitectos, maestros… que se buscaban la vida trabajando en comercio y dirigiendo su vida profesional a algo con lo que quizás no habían soñado. También pensé en que no estaría de mas que existiera una evaluación del profesorado en determinados centros privados, no tanto a nivel de conceptos, estoy convencida que saben enseñar la raíz cuadrada mejor que yo (mejor que yo seguro, tendría que ver un video de youtube para enseñarlas), sino a un nivel más de habilidades, tanto en el aula, como en la comunicación de decisiones o pensamientos…
¿Pública o privada?… depende… y no depende del color de la partida invertida en el mobiliario nuevo, de las tablets (que casi nunca funcionan), de la uniformidad ni del tamaño de las sillas (que no deberían de existir)…depende del equipo humano, depende de la sonrisa de tus hijos, depende de la implicación del profesor. Depende de esa conversación que debes tener con el equipo directivo en el que te hable y sientas que no es un discurso aprendido, que te cuente qué es lo importante para aprender, que te diga (ante la consulta de que si un centro publico será desafortunado) que todo dependerá del maestro, del niño, de la conexión de ambos. Hay centros privados que marcan la diferencia, hay centros públicos a los que habría que hacer la ola… depende. Pero no te dejes llevar por el color, por la foto de turno o el vídeo en el que te cuentan que es una gran familia. Déjate llevar por lo valores, por lo que te cuente el equipo de profesores…por lo que es de verdad.
No, por el momento no voy a volver a las aulas… tengo que volver a creer, tengo que ser capaz de quitarle los mil filtros y pensar que el esfuerzo va a merecer la pena. Sí, tengo una personalidad caótica, no creo en una transmisión de conocimientos que tienen a golpe de clic, no creo en las escuelas de alto rendimiento, ni la importancia de un bilingüismo sin viajar, ya no creo en los videos que me muestran con una fotografía perfectamente trabajada…
No deberíamos de haber permitido que la educación cayera en manos del postureo y de la campaña publicitaria, pero es lo que tiene la competencia…
¿Publica o privada?… la que menos venda…
gracias Gemma Pérez, con gusto.