“El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos”.
Esto es lo que pensaba uno de los dramaturgos más importantes de todos los tiempo, Shakespeare.
Quizás no podamos escoger y sea la vida la generadora de circunstancias, de situaciones, pero la responsabilidad de modelarlas y darle la forma adecuada para construir el presente es nuestra. Deberíamos de ser capaces de analizar lo que nos ocurre, lo que hacemos y alinearlo con lo que nuestro cuerpo nos pide en cada momento.
Trabajamos, trabajamos y trabajamos… nos dedicamos a las personas que tenemos a nuestro alrededor, a cumplir con esas relaciones sociales y familiares que van surgiendo y que cuando te quieres dar cuenta están instaladas en tu vida de tal manera que olvidas que hay un tú al que debes de dedicar un espacio semanal.
Pasas ante un espejo y te sorprendes preguntando: ¿Desde cuándo no tomamos un café? Tenemos que conocernos para querernos y dedicarnos los detalles, las mañanas, los caprichos, los deseos…
El espacio vital que nombramos tantas veces es mucho más que el respeto por una distancia en la conversación, es pararse a pensar en ti en exclusiva, como si no hubiera nadie más.
Tomar un café, un viaje, un buen libro, ver el mar, sentir… sin que nadie te indique cómo hacerlo… dejarte llevar….
Hace tiempo leí un libro que hablaba de la importancia que tiene el entender lo que nos pide el corazón, El Alquimista (Paulo Coelho), contiene distintos mensajes que pueden ayudarnos a reflexionar de alguna manera, dejando patente la importancia de saber escucharnos:
‘’Cuando todos los días parecen iguales es porque las personas han dejado de percibir las cosas buenas que aparecen en sus vidas siempre que el sol cruza el cielo.”
“No te entregues a tus miedos, si lo haces, no podrás escuchar a tu corazón”.
“Cierto mercader envió a su hijo con el más sabio de todos los hombres para que aprendiera el Secreto de la Felicidad. El joven anduvo durante cuarenta días por el desierto, hasta que llegó a un hermoso castillo, en lo alto de una montaña. Allí vivía el sabio que buscaba.
»Sin embargo, en vez de encontrar a un hombre santo, nuestro héroe entró en una sala y vio una actividad inmensa; mercaderes que entraban y salían, personas conversando en los rincones, una pequeña orquesta que tocaba melodías suaves y una mesa repleta de los más deliciosos manjares de aquella región del mundo. El sabio conversaba con todos, y el joven tuvo que esperar dos horas para que le atendiera.
»El sabio escuchó atentamente el motivo de su visita, pero le dijo que en aquel momento no tenía tiempo de explicarle el Secreto de la Felicidad. Le sugirió que diese un paseo por su palacio y volviese dos horas más tarde.
»Pero quiero pedirte un favor- añadió el sabio entregándole una cucharilla de té en la que dejó caer dos gotas de aceite-. Mientras camines lleva esta cucharilla y cuida de que el aceite no se derrame.
»El joven comenzó a subir y bajar las escalinatas del palacio manteniendo siempre los ojos fijos en la cuchara. Pasadas las dos horas, retornó a la presencia del sabio. ¿Qué tal? -preguntó el sabio-. ¿Viste los tapices de Persia que hay en mi comedor? ¿Viste el jardín que el Maestro de los Jardineros tardó diez años en crear? ¿Reparaste en los bellos pergaminos de mi biblioteca?
»El joven, avergonzado, confesó que no había visto nada. Su única preocupación había sido no derramar las gotas de aceite que el Sabio le había confiado.
»Pues entonces vuelve y conoce las maravillas de mi mundo -dijo el Sabio-. No puedes confiar en un hombre si no conoces su casa.
»Ya más tranquilo, el joven cogió nuevamente la cuchara y volvió a pasear por el palacio, esta vez mirando con atención todas las obras de arte que adornaban el techo y las paredes. Vio los jardines, las montañas a su alrededor, la delicadeza de las flores, el esmero con que cada obra de arte estaba colocada en su lugar. De regreso a la presencia del sabio, le relató detalladamente todo lo que había visto.
» ¿Pero dónde están las dos gotas de aceite que te confié? -preguntó el Sabio.
»El joven miró la cuchara y se dio cuenta de que las había derramado.
»Pues éste es el único consejo que puedo darte -le dijo el más Sabio de los Sabios-. El secreto de la felicidad está en mirar todas las maravillas del mundo, pero sin olvidarse nunca de las dos gotas de aceite en la cuchara»
Busca el silencio, dedica unos minutos a aquello que te apasiona y mientras lo haces, escúchate, tienes una conversación pendiente… ¿Alguna vez has decidido apostar por ti?…
Búscate…
Sé el cambio que tú quieres en ti mismo. (Gandhi) |
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