Y este es nuestro gran momento, cuando el mundo se para para escuchar los gritos desgarrados de nuestro hijo en mitad del supermercado. Lo vemos allí, de pronto, tirado en mitad del pasillo de los yogures chillando y removiéndose, fuera de sí. ¿Dónde está ese pequeño mimoso que se acurruca a mi lado cada noche?
En los primeros episodios, en el estreno de estos momentos en los que terminamos siendo el tema de conversación de la cenas de muchos espectadores, por la cabeza pasan mil y una afirmaciones que nos duele decir en voz alta: en qué momento me lancé a este complejo mundo de la paternidad.
¿Qué hacemos? ¿Lo cogemos como si de un saco se tratara? ¿Le regañamos? ¿Huimos?…
Es sin duda ese momentazo en el que nos damos cuenta que hay una parte interna que no conocemos, ¿cómo funcionan? ¿Podemos ayudarle? Y lo más importante… ¿podemos ayudarnos?
Os dejo este libro que puede ser interesante: El cerebro del niño. Daniel J. Siegel
Es bueno leer libros que hablen de estos temas para tener unas bases sobre por qué se producen esos episodios y, lo que más preocupa a los padres, sin son en exclusiva de su hijo…
Las opiniones son innumerables, los consejos dispares y las técnicas para superarlos, en algunos casos, impracticables… pero nos pueden ayudar para convivir con tranquilidad con este nuevo ciclo de nuestra vida como padres….
Pero hoy deseo solidarizarme con los pequeños y sus ramalazos reivindicativos… justo en esto momento en la que mi ira va en aumento por la cantidad de publicidad que se lanza a aparecer en la pantalla del ordenador, dando aviso claro de que un virus ha venido a visitar mi espacio virtual, es cuando me reafirmo en la clara convicción de que todo el mundo sufre de inestabilidad emocional o rabieta, da igual cómo quieras llamarlo, depende de gusto, profesionales y momentos… chillaría si tuviera un año hasta desahogar este enfado por saber que terminaré teniendo problemas con mi herramienta de trabajo.
Y aquí tenemos la clave… forma parte del crecimiento, no desaparece…se trasforman. Porque lo preocupante aquí no es que aparezcan estos momentos, es la intensidad con la que aparecen.
¿Qué hacer?… Esperar pacientemente y mientras lo hacemos reflexionar sobre posibles técnicas que nos puedan ayudar a hacer esta espera hacia la madurez soportable:
- Evita los momentazos. Hambre y sueño… mala combinación.
- No, porque no… ¿cómo te sentaría a ti? Un no permanente por cada cosa que preguntas sin que vaya acompañado de una explicación a una negativa a lo que tanto deseas… Reflexiona…
- Permite que tengan su espacio, aunque estés observando y preparada para actuar en caso de caos, debes dejar que ellos investiguen y hagan cosas poco a poco por sí mismos. Autonomía.
- No caigas en el error de enfadarte, aunque los nervios te coman por dentro y estés apunto de un ataque en mitad de la calle, controla. Ellos lo perciben y con ese don mimético que tienen lo hacen suyo, por lo que el momentazo puede convertirse en Pesadilla en Elm Street de 0 a 1 segundo.
- Habla con él, intenta preguntarle y que él note que estás ahí, compasiva y comprensible… aunque lo que tengas ganas es de meterle en el carro de la compra.
· Y sin más, aunque parezca duro, espera.
Llega un momento que han olvidado el motivo que produjo ese enfado, pero lo mantienen porque no saben controlar esas emociones. Con el tiempo se irán suavizando hasta llegar a desaparecer.
Debemos enseñarles a manifestar sus emociones, a reconocerlas y ponerles nombres, pero también debemos permitirles que estos momentos formen parte de su vida, es su única vía de comunicación y necesitan poder expresar sus frustraciones, nuestra labor es enseñarle a mostrarlas, pero poco a poco.
En resumen, si lo que buscamos es una solución mágica a esos momentos de liberación emocional de nuestros pequeños, no la hay, forman parte de sus desarrollo, son normales, necesarias y comprensibles por los viandantes que disfrutan junto a ti de ese break dance infantil… relájate, compréndele y cuando haya terminado…. Sigue comprando.
«Comienza a manifestarse la madurez cuando
sentimos que nuestra preocupación es mayor
por los demás que por nosotros mismos»
Albert Einstein.