Yincanas, juegos con pompas de jabón, la inseparable bicicleta…
La forma en la que vivimos ha cambiado considerablemente y cada vez pasamos menos tiempo al aire libre, especialmente los más pequeños cuyo rango horario de escolarización y los nuevos hábitos de juego a los que son adictos ha cambiado el entorno en el que pasan la mayor parte de las horas.
Atrás quedan los niños con la pelota bajo el brazo, el bocadillo a medio comer y el chándal por bandera… quizás se mantengan algunos matices, tipo bocadillo a medio comer y chándal, pero desde luego el espacio es muy distinto, el decorado nada tiene que ver y la compañía mucho menos… no podemos hacer nada, los tipos de juegos han cambiado y la solución no es generar una alerta, echarnos las manos a la cabeza y pensar que ya nada volverá a ser lo mismo. Debemos tomar decisiones, debemos actuar y, lo más importante, debemos ser generadores de un cambio.
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Las clases al aire libre superan sin duda los objetivos que nos marcamos al programar una actividad, va mucho más allá de lo conceptual, hablamos de trabajar emociones, experiencia únicas y asegurarnos de que la motivación que sientan en ese espacio hará el resto.
“Dame un educación cargada de emociones y caminaré por la vida con la mejor de mis sonrisas”