Yincanas, juegos con pompas de jabón, la inseparable bicicleta…
La forma en la que vivimos ha cambiado considerablemente y cada vez pasamos menos tiempo al aire libre, especialmente los más pequeños cuyo rango horario de escolarización y los nuevos hábitos de juego a los que son adictos ha cambiado el entorno en el que pasan la mayor parte de las horas.
Atrás quedan los niños con la pelota bajo el brazo, el bocadillo a medio comer y el chándal por bandera… quizás se mantengan algunos matices, tipo bocadillo a medio comer y chándal, pero desde luego el espacio es muy distinto, el decorado nada tiene que ver y la compañía mucho menos… no podemos hacer nada, los tipos de juegos han cambiado y la solución no es generar una alerta, echarnos las manos a la cabeza y pensar que ya nada volverá a ser lo mismo. Debemos tomar decisiones, debemos actuar y, lo más importante, debemos ser generadores de un cambio.
Cuando estando en el parque me encontré imaginando a mis alumnos sentados en aquel precioso espacio, rodeados de todo tipo de plantas y animales… escuchando un concepto tan aburrido, y sin sentido para ellos, como el sustantivo, me emocioné. ¡Cuánto ganaría si encuentro el significado a mis clases en lo que nos rodea estando al aire libre!… no puedo explicaros lo que sentí cuando dejé mi mente volar y me imaginaba la jornada completa, un césped que se convierte en una silla improvisada, sin ventanas, con el ruido de la naturaleza como banda sonora y el olor al aire fresco el mejor ambientador…
Las clases al aire libre superan sin duda los objetivos que nos marcamos al programar una actividad, va mucho más allá de lo conceptual, hablamos de trabajar emociones, experiencia únicas y asegurarnos de que la motivación que sientan en ese espacio hará el resto.
“Dame un educación cargada de emociones y caminaré por la vida con la mejor de mis sonrisas”