Donde nacen los sueños… by VicentYz

— Al principio de todo, siempre están los sueños.
— Pero papá ¿dónde nacen los sueños? —dijo Marco, que no entendía a su padre, lógico teniendo en cuenta su edad, siete años.
— Un verso que está apunto de revelarse y que no escribiremos nunca, ese es el principio de los sueños. —le contestó su padre recitando casi en trance, con la mirada perdida y cansada, el principio de uno de los primeros poemas de Elena, su mujer y madre de Marco, la mejor poeta que ha conocido.
— ¿Entonces los sueños nunca se cumplen papá?
— Lo que sueñes no importa hijo, lo que importa es que alguien crea en tus sueños y que sueñe contigo en ellos. Ahora descansa hijo, ha sido un día muy duro. —le contestó dejando de lado ese estado de abandono en sus pensamientos, resucitando una sonrisa y con una mirada leal hacía su hijo, haciendo un esfuerzo por recobrar la razón. Había sido día extenuante.
Le besó, apagó la vela y Marco poco a poco se desplomó en un sueño profundo…

 

vicent 1

Marco sería un niño normal de no ser por la posibilidad que tiene de pulsar ese botón y resetear el mundo. Era una gran responsabilidad. Él lo sabe. Sus padres y su hermano se lo recordaban cada día. Aún reseteándolo siempre existiría el mal, es un quiste insuperable, innato al planeta, al universo. Ese botón era de un único uso, y quién sabe el pésimo resultado al que se podría llegar si lo utilizaba. Quizá algo peor. Pero para Marco ese poder, aunque no pudiera acariciar el interruptor, le hace feliz, le hace sentirse especial.

 

 

Hace muy buen tiempo y cada día, cuando se presenta el ocaso vestido de naranja, a Marco le gusta pasear hasta la playa con su hermano Eliseo, dos años mayor que él. La playa está a unos cinco minutos caminando desde su casa. Les encanta tumbarse en la arena y ver como, poco a poco, la noche se va sobreponiendo, apagando el cielo, prendiendo las estrellas. Esa ceremonia diaria y ese desfile de astros, alguno fugaz que se lleva algún que otro deseo, es su patria. Otras veces, antes de sofocarse la luz del cielo, un pelotón de gaviotas vuela hacia la costa, se convierte en una carrera improvisada, eligiendo cada uno a su favorita. El espectáculo dura cada jornada hasta que oye la llamada de su madre desde la entrada de la playa. Les avisa de que la cena está lista, como cada día. Son las nueve menos cuarto. La voz de su madre les arranca de ese estado de modorra que tanto les entusiasma. Hablan de las estrellas, de gaviotas, de chicas aún no, era un territorio inexplorado, ellas todavía eran seres alejados, extraños, olían diferente. Sueñan despiertos con aviones, con un globo que les lleve a la otra punta del mundo, un mundo más seguro. Un mundo más amable…

Súbitamente Marco siente un meneo continuo en todo su cuerpo. Un grito al oído penetra poco a poco en ese maravilloso sueño hasta que se convierte en un clamor que inunda su mente y le despierta. Era su hermano Eliseo.

— ¡Marco!, vamos corre, nos están esperando papá y mamá, están guardando ya su tienda. Corre ayúdame a recoger. ¡Nos vamos!

— ¿A dónde? — Responde Marco

— ¡A Alemania! Acelera anda que estás dormido.

Marco, haciendo caso a su hermano mayor, le ayuda a desmontar y anudar la tienda. Recoge después a gurruños los 4 trapos que tiene lo más rápido posible, metiéndolos en el zurrón de cuero. Después de 3 meses de espera entre más refugiados, parece que al fin parten. Ha sido un viaje de un año y medio huyendo de la guerra, del hambre, del miedo, de la muerte, de su patria… solo por ser Cristianos. Ahora su hogar es el sueño de un futuro mejor. En paz.

Después de tres horas de pie esperando un tren que parece que no llega nunca, hace su entrada en la estación. Es enorme. Alarga su llegada durante casi dos minutos, tiempo que a Marco se le hace como un año entero viendo aterrizar una alfombra mágica.

En el andén de la mano de sus padres, a punto de abrir sus puertas el tren, Marco miró a su madre y casi susurrándole dijo:

— He pulsado el botón mamá

— ¿Qué botón hijo?

— El que cambiará el mundo… Mamá, habrá estrellas y mar allá donde vamos —afirmó.

— Seguro que sí.

— Feliz Navidad Mamá, este es el mejor regalo de mi vida.

— Feliz Navidad hijo mío —contestó su madre sin pestañear, bregando por no llorar de alegría. Nunca antes había visto una ilusión más pura que la de su hijo aquel 25 de diciembre por la mañana.

Su padre, después de oír lo que Marco le decía a su madre, les miró y les guiñó un ojo. Estaba orgulloso de su familia. En ese momento se sucedía por su cabeza, como si de una película se tratara, lo que habían pasado. Todos se dejaron un poco de sí mismos en este viaje. Hace un año y medio tuvieron que escoger entre dejarse caer al abismo de la muerte, o agarrarse a una vida que se les presentaba como la hoja recién afilada de un cuchillo sin mango. Así fue como descubrieron que ni la prisión, ni pobreza, ni la muerte podía acabar con sus sueños, ya que estos solo podían morir en un lugar llamado miedo. Aprendieron a no tenerlo, se pusieron los zapatos del otro y emprendieron el camino.

Un año y medio después, ver la cara de ilusión de su mujer y sus dos hijos, haber peleado –en ocasiones literalmente– por ellos, por sus sueños, ver como desaparecía de su cara la angustia, el miedo, la pena, y haberles protegido para hacerles felices… Esta era, sin duda, la mejor Navidad de su vida.

 

vicent 2
By  VicentYz (@Wheatherfield). The Best & Brightest

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *

Puedes usar las siguientes etiquetas y atributos HTML: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <strike> <strong>